El castillo-alcazaba y palacio de los obispos de Sigüenza es uno de los principales alcázares que hay en España.
El lugar en que se asienta la fortaleza es en la meseta de un altozano que domina la ciudad mitrada, y a ella se asciende por empinadas calles.
El primitivo castro, que destaca al Sur de la misma ciudad, fue de origen celtibérico. Posteriormente fue utilizado por los romanos, a juzgar por los cimientos de algunos de sus torreones, constituidos por sillares romanos. Más tarde los visigodos construyeron un castillo puesto fortificado. Los árabes levantaron, sobre sus ruinas, una magnífica alcazaba, y a su reconquista, por los cristianos, se reconstruyó ya el gran castillo-medieval del siglo XII, que hoy permanece. La planta del castillo forma un paralelogramo de área muy extensa, alargada de Norte a Sur, con un gran recinto torreado, dentro del cual existe amplio patio central capaz para acoger a toda la población civil. Consta de múltiples y diversos salones, elementos, etc., que conjuntan un interesante edificio militar-medieval. Destacan en él la barbacana y cubos gemelos de la entrada principal que construyó don Simón Girón de Cisneros, Obispo de Sigüenza (1300-1326). Su conjunto da idea de lo que fue el castillo-palacio en la época de los obispos de Sigüenza, completado, en los buenos tiempos del siglo XV, por el cardenal don Pedro González de Mendoza, obispo de Sigüenza (1468-1495) que lo ensanchó haciéndolo capaz para alojar 1.000 soldados de a pie y tantos de a caballo como días tiene el año.
Del foso puede advertirse todavía su situación por el lado occidental, y sobre cuya ladera muestra el castillo tres torreones flanqueantes cuadrados, destacando, sobre todo, el del ángulo septentrional, que es majestuoso.
Las habitaciones principales estaban en los torreones, pero durante las variadas vicisitudes seculares por las que pasó la fortaleza se añadieron otras estancias, bastardeando y restando al edificio las características que poseía de verdadera fortaleza castrense y palacio al mismo tiempo.
En el robusto torreón central se conserva la cámara real, decorada con lacería de ritmo mudéjar, aposento de triste recuerdo, que albergó los temores y lágrimas de una desgraciada princesa, doña Blanca de Borbón, reina de Castilla, tan injustamente recluida aquí por su esposo don Pedro I «El Cruel», rey de Castilla (1350-1369), que la repudió para siempre al siguiente día de su boda.
Sin perjuicio de su carácter o finalidad militar, fue habilitado para vivienda fortificada de los obispos seguntinos, que lo moraron hasta la guerra civil-carlista (1833-1840).
En 1812, después de la ocupación francesa, según tradición, un sargento de artillería prendió fuego al castillo, causando su casi total destrucción.
Cuando en 1836 don Ramón Cabrera y Griñó, famoso general carlista, y el caudillo Quílez, que le acompañaba, entraron en Sigüenza, lo asaltaron y se encastillaron en él, destrozándolo interiormente. Acababan de fusilar a la madre de «el Tigre del Maestrazgo», sin formación de causa. Este hecho contribuyó, naturalmente, a exacerbar la crueldad de Cabrera, aumentando los horrores de la guerra, que llevó, en adelante, con actos de verdadera ferocidad, motivando esta circunstancia que al retirarse los carlistas de Sigüenza, por la persecución de las fuerzas liberales, ordenase, el caudillo citado, la casi demolición del castillo.
Tras su secular abandono y ruina, ha sido totalmente restaurado, conservando la estructuras, salones y disposición primitiva, ajustándose a las necesidades del nuevo destino del edificio, y ahora es utilizado como Parador Nacional de Turismo «Castillo de Sigüenza», obteniendo un uso y visita numerosísima, celebrándose en él frecuentes actos culturales.
D. Felipe-Gil Peces y Rata
(Programa de Fiestas 1985)
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