El púlpito plateresco o del Evangelio, cincelado entre 1572-73 por el artista seguntino Martín de Vandoma y restaurado ejemplarmente después de la Guerra Civil por el escultor segoviano Florentino Trapero.
Martín de Vandoma, seguntino
A juicio de Villamil, el apellido Vandoma es de inequívoco origen flamenco (Van Domme). Bien pudiera ser también de estirpe francesa (Vandomme). Con todo, es seguro que Martín de Vandoma nació en Sigüenza hacia 1515. Muy probablemente fue en nuestra ciudad donde adquirió su formación artística, pues era Sigüenza en aquella época un centro de cultura de mayor rango de lo que podía esperarse de su corto número de habitantes.
En los años de juventud de Vandoma se llevaban a cabo en la Catedral importantes obras platerescas en la capilla del Doncel y en el retablo de Santa Librada y mausoleo de D. Fabrique. No es aventurado pensar que ellas fueron el palenque en el que se moldearon las innatas cualidades artísticas de nuestro escultor y arquitecto.
La primera mención explícita de Martín de Vandoma que encontramos en las Actas Capitulares data del 13 de septiembre de 1554, pocos días después de la muerte del maestro Durango. En dicha fecha el Cabildo nombra a Vandoma maestro mayor de la iglesia y responsable principal de la obra de la sacristía mayor que ya había iniciado su construcción. Terminadas las obras de fábrica en 1561, incluida la célebre bóveda de las Cabezas, de fama universal, recibió el encargo de su ornamentación. A su cincel se debe la puerta de la sacristía y las dos cajonerías situadas a continuación de la capilla de la Capilla del Espíritu Santo o de las Reliquias, obra en la que, a juicio de Azcárate Ristori, también intervino.
Para la Catedral labró además en 1574 cuatro sillas del coro capitular, imitando el estilo gótico original de tiempos del Cardenal Mendoza. A su traza y cincel se deben también varios estimables retablos de algunas parroquias de la antigua Diócesis de Sigüenza, entre ellos el de la iglesia parroquial de Caltojar (Soria), pues en una cartela del mismo se lee que lo hizo Martín de Vandoma, natural de Sigüenza, ayudado por su yerno Jerónimo de Montoya. De su taller proceden, sin duda, los armoniosos retablos de Pelegrina y Cortes de Tajuña y los de las iglesias sorianas de Alentisque, Aguaviva y Ambrona, este último hoy en el museo Diocesano de Burgo de Osma. Y es seguro que Vandoma intervino también en la talla del coro, los púlpitos y la reja de madera de nogal de la colegiata de Berlanga de Duero, obra acabada por su discípulo Vicente Marcos.
A juicio de Villamil, el apellido Vandoma es de inequívoco origen flamenco (Van Domme). Bien pudiera ser también de estirpe francesa (Vandomme). Con todo, es seguro que Martín de Vandoma nació en Sigüenza hacia 1515. Muy probablemente fue en nuestra ciudad donde adquirió su formación artística, pues era Sigüenza en aquella época un centro de cultura de mayor rango de lo que podía esperarse de su corto número de habitantes.

La primera mención explícita de Martín de Vandoma que encontramos en las Actas Capitulares data del 13 de septiembre de 1554, pocos días después de la muerte del maestro Durango. En dicha fecha el Cabildo nombra a Vandoma maestro mayor de la iglesia y responsable principal de la obra de la sacristía mayor que ya había iniciado su construcción. Terminadas las obras de fábrica en 1561, incluida la célebre bóveda de las Cabezas, de fama universal, recibió el encargo de su ornamentación. A su cincel se debe la puerta de la sacristía y las dos cajonerías situadas a continuación de la capilla de la Capilla del Espíritu Santo o de las Reliquias, obra en la que, a juicio de Azcárate Ristori, también intervino.
Para la Catedral labró además en 1574 cuatro sillas del coro capitular, imitando el estilo gótico original de tiempos del Cardenal Mendoza. A su traza y cincel se deben también varios estimables retablos de algunas parroquias de la antigua Diócesis de Sigüenza, entre ellos el de la iglesia parroquial de Caltojar (Soria), pues en una cartela del mismo se lee que lo hizo Martín de Vandoma, natural de Sigüenza, ayudado por su yerno Jerónimo de Montoya. De su taller proceden, sin duda, los armoniosos retablos de Pelegrina y Cortes de Tajuña y los de las iglesias sorianas de Alentisque, Aguaviva y Ambrona, este último hoy en el museo Diocesano de Burgo de Osma. Y es seguro que Vandoma intervino también en la talla del coro, los púlpitos y la reja de madera de nogal de la colegiata de Berlanga de Duero, obra acabada por su discípulo Vicente Marcos.
El púlpito del Evangelio
Martín de Vandoma falleció en 1577. Su obra maestra, a juicio de Tormó y Monzó, es sin embargo, el mencionado púlpito del Evangelio, que también podríamos denominar «de la Pasión», pues la Pasión del Señor es el tema exclusivo de sus cinco espléndidos tableros. Iniciada el 5 de mayo de 1572 y finalizada el 19 de octubre de 1573, su estilo se inscribe en los cánones estéticos del arte plateresco, del que tantos y tan bellos ejemplos encontramos en nuestra Catedral. D. Aurelio de Federico Fernández, canónigo archivero jubilado, que tantos méritos tiene contraídos con ella, describiría así el púlpito en 1954: «sobre cilíndrica columna con sencilla basa clásica, fuste estriado, de estrías rellenas en su mitad inferior, y bello capitel jónico-corintio, álzase un cuerpo formado por dos molduras que limitan una corona de cabecitas infantiles provistas de doble y desigual par de alas, que sostiene un cuerpo troncocónico, en que aparecen alternados los escudos del Cabildo y cuatro niños desnudos como sosteniendo el peso del púlpito; encima y apoyada en ménsulas, aparece la cornisa en que se apoya la cátedra. Es de sección octogonal y en sus cinco tableros reales presenta altorrelieves con escenas de la Pasión: Prendimiento, Jesús ante Caifas, ante Pilato, insultado por los soldados y expuesto al pueblo por Pilato; separadas entre sí por bellos atlantes, que se prolongan por abajo en pilastras decrecientes decoradas con grutescos».

La restauración del escultor Trapero
Son bien conocidos los acontecimientos de octubre de 1936 en lo que respecta a la historia de la conservación de nuestra Catedral. Como consecuencia de dichos acontecimientos, el púlpito del Evangelio quedó reducido a un montón de trozos de alabastro. De su restauración se encargó, por deseo expreso del arquitecto director, Antonio Labrada, el escultor Florentino Trapero, nacido en 1893 en Aguilafuente (Segovia) y de cuyo nacimiento en consecuencia se cumple este año su centenario. En próximos números de ABSIDE habrá ocasión de perfilar su biografía y glosar los méritos de Trapero como escultor y su contribución de la epopeya de la restauración catedralicia. Baste ahora decir que la decisión de Labrada, fundamentada en la perfección de trabajos anteriores realizados por el escultor en la Catedral a partir de julio de 1943, no pudo ser más afortunada.
La restauración completa del púlpito se llevó a cabo entre 1947 y 1950. Duró exactamente dos años y medio, es decir, casi el doble que la ejecución primigenia de Martín de Vandoma. Ello nos indica las enormes dificultades que el artista restaurador hubo de vencer. Según las notas manuscritas que Trapero entregó al autor de este artículo dos años antes de su muerte, acaecida el 4 de agosto de 1977, la primera tarea que hubo de realizar antes de proceder a una restauración, que muchos juzgaban imposible, fue situar sobre cinco paneles de madera los trozos de alabastro conservados con el fin de recomponer las diversas escenas de la Pasión. El resultado final de esta operación no pudo ser más decepcionante. Contemplando ahora las fotografías de los paneles aludidos, comprobamos que faltaban trozos enteros de alabastro, en algunos casos de hasta cuarenta centímetros. Y lo que quedaba, en un estado deplorable por mutilaciones y desperfectos.
La operación siguiente fue tratar de reunir documentación suficiente que mostrase la obra en su estado anterior, tal y como salió de las manos de Martín de Vandoma. Por fortuna, el catedrático Sr. Archilla facilitó al restaurador una buena colección de fotografías del púlpito. Por su parte, el canónigo D. Francisco Box Blasco le proporcionó un vaciado en escayola. Hizo además «muchísimos estudios -son sus palabras- del vaciado de esta obra que hay en el Museo de Reproducciones de Madrid».
A continuación, el Sr. Trapero hubo de trasladarse «a Cogolludo con obreros de la Catedral para encontrar y arrancar alabastro igual al antiguo», pues de aquella zona procedía el alabasto primitivo. E inmediatamente comenzó la restauración que exigió el tallado y colocación de más de seiscientas piezas perfectamente localizables por no haber sido patinadas. «A sí se aprecia mejor -matiza el escultor- la propiedad artística con que hice este trabajo».
La restauración afectó a todo el conjunto escultórico. Hubo de incrustar piezas de la basa, en los extremos inferior y superior del fuste, en el arranque y en otros puntos del bello capitel jónico-corinteo, en las molduras que descansan sobre aquel, debiendo tallar además sostener la gran cornisa sobre la que se asientan los tableros de la cátedra. En dicha cornisa y en las quince ménsulas inferiores se aprecia con toda nitidez el trabajo de orfebre que hubo de realizar nuestro artista.
varias de las cabezas de querubines que forman como un collar sobre el que se alza el capitelón. La repisa octogonal que lo inicia lleva también varias piezas nuevas, así como los cuatro niños desnudos y de cuerpo entero y los cuatro escudos del Cabildo que parecen
Centrándonos ya en los cinco tableros de la Pasión, que miden setenta y cuatro por treinta centímetros y que son, sin duda, la parte más importante de la cátedra, siguiendo casi al pie de la letra las notas manuscritas del restaurador, enumeramos de izquierda a derecha los elementos escultóricos que faltaban y que fueron tallados por el Sr. Trapero:
1. El prendimiento
En este tablero esculpe Martín de Vandoma con singular maestría dos hechos de la Pasión que no fueron simultáneos sino sucesivos: el beso de Judas y el milagro de Jesús restituyendo a Malco, criado del pontífice, la oreja cortada por Pedro. El Sr. Trapero labra y ensambla en este panel, cinco cabezas, dos brazos con sus manos, un escudo, dos antorchas, ocho lanzas, una bandera, un angelito horizontal en el friso, un capitel, todo el cuerpo del atlante y varios adornos en la parte inferior del tablero.
Son bien conocidos los acontecimientos de octubre de 1936 en lo que respecta a la historia de la conservación de nuestra Catedral. Como consecuencia de dichos acontecimientos, el púlpito del Evangelio quedó reducido a un montón de trozos de alabastro. De su restauración se encargó, por deseo expreso del arquitecto director, Antonio Labrada, el escultor Florentino Trapero, nacido en 1893 en Aguilafuente (Segovia) y de cuyo nacimiento en consecuencia se cumple este año su centenario. En próximos números de ABSIDE habrá ocasión de perfilar su biografía y glosar los méritos de Trapero como escultor y su contribución de la epopeya de la restauración catedralicia. Baste ahora decir que la decisión de Labrada, fundamentada en la perfección de trabajos anteriores realizados por el escultor en la Catedral a partir de julio de 1943, no pudo ser más afortunada.
La restauración completa del púlpito se llevó a cabo entre 1947 y 1950. Duró exactamente dos años y medio, es decir, casi el doble que la ejecución primigenia de Martín de Vandoma. Ello nos indica las enormes dificultades que el artista restaurador hubo de vencer. Según las notas manuscritas que Trapero entregó al autor de este artículo dos años antes de su muerte, acaecida el 4 de agosto de 1977, la primera tarea que hubo de realizar antes de proceder a una restauración, que muchos juzgaban imposible, fue situar sobre cinco paneles de madera los trozos de alabastro conservados con el fin de recomponer las diversas escenas de la Pasión. El resultado final de esta operación no pudo ser más decepcionante. Contemplando ahora las fotografías de los paneles aludidos, comprobamos que faltaban trozos enteros de alabastro, en algunos casos de hasta cuarenta centímetros. Y lo que quedaba, en un estado deplorable por mutilaciones y desperfectos.
La operación siguiente fue tratar de reunir documentación suficiente que mostrase la obra en su estado anterior, tal y como salió de las manos de Martín de Vandoma. Por fortuna, el catedrático Sr. Archilla facilitó al restaurador una buena colección de fotografías del púlpito. Por su parte, el canónigo D. Francisco Box Blasco le proporcionó un vaciado en escayola. Hizo además «muchísimos estudios -son sus palabras- del vaciado de esta obra que hay en el Museo de Reproducciones de Madrid».
A continuación, el Sr. Trapero hubo de trasladarse «a Cogolludo con obreros de la Catedral para encontrar y arrancar alabastro igual al antiguo», pues de aquella zona procedía el alabasto primitivo. E inmediatamente comenzó la restauración que exigió el tallado y colocación de más de seiscientas piezas perfectamente localizables por no haber sido patinadas. «A sí se aprecia mejor -matiza el escultor- la propiedad artística con que hice este trabajo».
La restauración afectó a todo el conjunto escultórico. Hubo de incrustar piezas de la basa, en los extremos inferior y superior del fuste, en el arranque y en otros puntos del bello capitel jónico-corinteo, en las molduras que descansan sobre aquel, debiendo tallar además sostener la gran cornisa sobre la que se asientan los tableros de la cátedra. En dicha cornisa y en las quince ménsulas inferiores se aprecia con toda nitidez el trabajo de orfebre que hubo de realizar nuestro artista.
varias de las cabezas de querubines que forman como un collar sobre el que se alza el capitelón. La repisa octogonal que lo inicia lleva también varias piezas nuevas, así como los cuatro niños desnudos y de cuerpo entero y los cuatro escudos del Cabildo que parecen

1. El prendimiento
En este tablero esculpe Martín de Vandoma con singular maestría dos hechos de la Pasión que no fueron simultáneos sino sucesivos: el beso de Judas y el milagro de Jesús restituyendo a Malco, criado del pontífice, la oreja cortada por Pedro. El Sr. Trapero labra y ensambla en este panel, cinco cabezas, dos brazos con sus manos, un escudo, dos antorchas, ocho lanzas, una bandera, un angelito horizontal en el friso, un capitel, todo el cuerpo del atlante y varios adornos en la parte inferior del tablero.

En primer plano aparecen las figuras de Jesús y de Caifás, sentado esté en lujosa silla curul, mientras Jesús permanece en pie con los brazos atados escuchando con un rostro lleno de dulzura y serenidad las provocaciones del sumo sacerdote. En el fondo se perciben algunas cabezas de gran expresividad que reflejan curiosidad ante la escena. El restaurador creó para este tablero la cara de Caifás. Un pie y el cetro, tres cabezas de soldados y de un ministro, un pie y la base de Jesús, varias piezas en el fondo, el baldaquino y una lanza, el brazo izquierdo, un hombro del atlante y un capitel.
3. Jesús conducido al tribunal de Pilato
En es tablero Martín de Vandoma elige el momento en que la comitiva pasa ante el templo de Jerusalén. Jesús va desnudo con las manos atadas a la espalda. También aquí junta el artista dos escenas en una, pues aparecen los sayones blandiendo sus fustas sobe el cuerpo de Jesús, por lo cual el restaurador no se equivoca cuando titula este panel «la flagelación».
En este caso, las piezas creadas por el escultor Trapero son las siguientes: la cabeza, un hombro, las caderas, el cubrepurezas y las piernas del Señor; la cabeza, mano derecha, piernas y pies del sayón de la izquierda; dos capiteles y la arquitectura del fondo izquierdo; los cuatro brazos y los dos capiteles de los atlantes; la base, cabeza y pliegues del atlante izquierdo; una cabeza de angelito y un escudo en el friso.
En es tablero Martín de Vandoma elige el momento en que la comitiva pasa ante el templo de Jerusalén. Jesús va desnudo con las manos atadas a la espalda. También aquí junta el artista dos escenas en una, pues aparecen los sayones blandiendo sus fustas sobe el cuerpo de Jesús, por lo cual el restaurador no se equivoca cuando titula este panel «la flagelación».
En este caso, las piezas creadas por el escultor Trapero son las siguientes: la cabeza, un hombro, las caderas, el cubrepurezas y las piernas del Señor; la cabeza, mano derecha, piernas y pies del sayón de la izquierda; dos capiteles y la arquitectura del fondo izquierdo; los cuatro brazos y los dos capiteles de los atlantes; la base, cabeza y pliegues del atlante izquierdo; una cabeza de angelito y un escudo en el friso.
4. Los soldados se mofan de Jesús
En este tablero aparece Jesús semisentado sobre un escalón del patio del Pretorio y mientras un soldado le maltrata de hecho con un látigo, otro le maltrata de palabra en cuclillas ante él en actitud de burla. A juicio de Pérez Villamil, «las cuatro figuras principales de este cuadro son, tal vez, las mejores de toda la obra».
El Sr. Trapero esculpió para esta escena un brazo, una pierna y un pie del Señor; dos cabezas de sayones, tres brazos y dos pliegues de los mismos; la cabeza, un brazo, una mano, torso, y pliegues del atlante; un capitel, dos cabezas de querubines y un escudo en el friso.
En este tablero aparece Jesús semisentado sobre un escalón del patio del Pretorio y mientras un soldado le maltrata de hecho con un látigo, otro le maltrata de palabra en cuclillas ante él en actitud de burla. A juicio de Pérez Villamil, «las cuatro figuras principales de este cuadro son, tal vez, las mejores de toda la obra».
El Sr. Trapero esculpió para esta escena un brazo, una pierna y un pie del Señor; dos cabezas de sayones, tres brazos y dos pliegues de los mismos; la cabeza, un brazo, una mano, torso, y pliegues del atlante; un capitel, dos cabezas de querubines y un escudo en el friso.
5. Ecce Homo
Es el tablero más complejo de todo el predicatorio por el abigarramiento de las figuras. A la derecha aparece Cristo en actitud mansa y resignada. Detrás, Pilato con la cabeza levantada mira al pueblo judío en ademán de pedir el indulto. A la izquierda, varias cabezas del pueblo y en primer término uno de los sacerdotes instigadores del acontecimiento. En el fondo se ve el palacio del Pretorio y, asomado a una ventana, un individuo que mira con curiosidad el desenlace.

La labor del restaurador en este panal consistió en labrar una cabeza entera de niño, otra media, la cartela y un querubín, todo ello en el friso; el brazo izquierdo, el capitel, tórax y pliegues de la pilastra; los dos brazos, piernas y caderas de Jesús; la cabeza y un dedo de Pilato; el cuerpo, la mano derecha y los pliegues del sacerdote; cuatro cabezas, la espalda, un tórax y una mano en las figuras de la izquierda y la cabeza del sujeto que se asoma a la ventana.
Es el tablero más complejo de todo el predicatorio por el abigarramiento de las figuras. A la derecha aparece Cristo en actitud mansa y resignada. Detrás, Pilato con la cabeza levantada mira al pueblo judío en ademán de pedir el indulto. A la izquierda, varias cabezas del pueblo y en primer término uno de los sacerdotes instigadores del acontecimiento. En el fondo se ve el palacio del Pretorio y, asomado a una ventana, un individuo que mira con curiosidad el desenlace.

La labor del restaurador en este panal consistió en labrar una cabeza entera de niño, otra media, la cartela y un querubín, todo ello en el friso; el brazo izquierdo, el capitel, tórax y pliegues de la pilastra; los dos brazos, piernas y caderas de Jesús; la cabeza y un dedo de Pilato; el cuerpo, la mano derecha y los pliegues del sacerdote; cuatro cabezas, la espalda, un tórax y una mano en las figuras de la izquierda y la cabeza del sujeto que se asoma a la ventana.
Es de advertir que se han enumerado solamente las piezas más significativas talladas para el hermoso púlpito de Martín de Vandoma, joya de nuestra Catedral. No se mencionan otras muchas, menos importantes, pero necesarias, para recomponer la obra, que una vez terminada, sigue siendo una de las más admiradas de la Catedral de Sigüenza. El ensamblaje de todas ellas, según nos informa el restaurador en sus notas manuscritas, le exigió enorme trabajo y una paciencia y meticulosidad a toda prueba.
Ni que decir tiene que la restauración del púlpito del Evangelio es el trabajo más meritorio de todos los realizados por D. Florentino Trapero en Sigüenza. Es su obra por antonomasia, propia no sólo de un hábil restaurador, sino de un verdadero artista por la perfección del conjunto y el primor de cada uno de los detalles. En ella hubo de solucionar muchísimos problemas porque se trataba de recrear una obra de arte a partir de fragmentos inconexos. Que lo consiguió, es algo que no se puede dudar. Es lógico, pues, que se sintiera legítimamente orgulloso de esta obra. No le faltaba razón, por tratarse además de una joya escultórica que, si la Catedral de Sigüenza no tuviera otras, bastaría para merecer lugar preeminente en la historia del arte español, según la autorizada opinión de Pérez Villamil.
Articulo publicado en la revista Abside nº 18 (Diciembre 1992)