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martes, 1 de noviembre de 2022

Sobre el nombre de Sigüenza *

Anales Seguntinos, Num. 5 - 1988

(*) Recesión del opúsculo editado en 1973 por el Excmo. Ayuntamiento seguntino.

Manuel FERNÁNDEZ-GALIANO FERNÁNDEZ (†)
Académico electo

    A mi maestro y amigo Antonio García y Bellido, autoridad única en la Hispania antigua, que es quien debía haber escrito realmente estas notas y que por desgracia ya no las leerá.


    ¡Escuchar, seguntinos! No os entretendré mucho. Dedicadme diez minutos, diez breves minutos robados al sano barullo vital de vuestras fiestas. Permitidme una corta orgía de nombres y citas. Es necesario. Sólo en el disfrute total de vuestra personalidad podréis manifestaros y gozar como hombres y mujeres de Sigüenza durante los días más felices del año. Sólo conociéndolos bien, con los puntos cardinales de vuestra vida e historia firmemente prendidos en vuestras almas, llegaréis a saber quiénes sois; sólo sabiendo de dónde venís seréis capaces de planear adónde vais. Porque lo que sois lo sois no únicamente por lo que sois, ni por lo que pensáis ser, y ojalá llegue el más brillante de los futuros; sino también por lo que habéis sido. Sigüenza fue una gran ciudad, no tan grande por su bulto ni por su población como por sus hechos; los testimonios no son abundantes, pero existen; y uno de ellos es vuestro propio nombre. Que estas fiestas os dejen, entre tantas otras cosas, el noble orgullo de conocer vuestro nombre insigne y claro. Habrá valido entonces la pena de recorrer esta salvaje selva de datos farrangosos. Nomen est omen, el nombre es augurio, pero también timbre de identidad. Y, como dijo el poeta, los hombres no somos islas, sino penínsulas unidas al hilo inmeso de nuestros antepasados por el istmo de la Historia.


    Estrabón, el geógrafo contemporáneo en parte de Jesucristo, dice en griego, al describir los ríos de Cetiberia (III 4, 12), que el Duero pasa cerca de Numancia y Serguntia.


    Aquí hay ya nada menos que tres problemas: el hecho innegable de que el Duero está bastante lejos de nuestra ciudad y la r y la u del propio topónimo. La segunda entiendo que cabe explicarla por analogía del nombre de Sagunto sobre un posible Sergontia, y con ello comenzaría una larga serie de confusiones que llegará hasta Alfonso el Sabio, donde encontraremos el de Siguenza aplicado a Sagunto en relación con el famoso asedio (de cuemo ell emperador Annibal passo a Espanna e destruxo Sigüença...).

Tito Livio, historiador latino de la época de Estrabón, apunta, hablando del 210 a. J.C. (XXVI 20, 6), que el cartaginés Asdrúbal durante la segunda guerra Púnica, invernó aquel año cerca de Sagunto. Como hay otras fuentes que nos informan de su estancia en los territorios de los Carpetanos o de los Celtíberos, y Sigüenza venía a estar en los límites de unos y otros, se ha pensado que tiene que haber error de Livio, o de sus copistas, y que donde inverno realmente el hermano de Aníbal fue en esta ciudad, menos apta ciertamente para temporadas invernales.


Pueblos Preromanos - Segontia

    Quince años más tarde ya está en España el célebre Catón el Censor, escritor y político de primera fila. Es difícil, siempre según Livio (XXXIV 19, 10), sojuzgar a los indómitos Hispanos: Catón asedia la ciudad celtibérica, pero no consigue nada y tiene que volver hacia el Ebro. Otra vez la duda: el historiador habla de Saguntia, ciudad que, como diré, existió realmente, pero todo hace pensar en otra contaminación influida por el nombre de Sagunto. La ubicación geográfica nos lleva más bien a Sigüenza, y es realmente confortante que en tiempos hayamos podido nada menos que con Catón.


    En el siglo I después de J.C., la Historia natural de Plinio el Viejo, famoso escritor romano, comenta ya (III 27) las frecuentes equivocaciones de este tipo al hablar de las seis ciudades más importantes de los Arevacos, pobladores del territorio que circunda a Numancia: son Segovia, Nova Augusta (entre Numancia y Segovia sin que podamos localizar más; o quizá, si es la misma que Augustóbriga, Muro de Agreda, Soria), Termes (o Termancia, cerca de la ermita de Santa María de Tiermes, en las proximidades de Montejo de Liceras, Soria), Clunia (Coruña del Conde, Burgos) y Secontia y Uxama (Osma, Soria), agregándose, respecto a las dos últimas, que estos nombres frecuentemente son utilizados tambien para otras localidades. La c de este nombre de nuestra ciudad no resulta grave problema, pues es oscilación normal: luego veremos otra Secontia en que probablemente late el mismo topónimo y cuya existencia demuestra la aguda observación de Plinio.


    En el 75 a. J.C., el valeroso Sertorio inició con éxito una batalla contra el gran Pompeyo dando muerte a su cuñado Cayo Memio, el cuestor, pero luego, ante la reacción de Metelo, el rebelde hubo de refugiarse en Clunia. También sobre el escenario del combate hay dudas. El griego Plutarco, autor, entre los siglos I y II d. J.C. de una biografia de Sertorio, dice (Sert. XXI 1) que la batalla se dio en las llanuras de los seguntinos. Qué llanura podían ser éstas? Quizá los altos de Baraona, o tal vez los de la actual carretera general. Por otra parte, observamos que también Plutarco se habría dejado influir por la analogía de saguntino al escribir este gentilicio, fielmente conservado hasta hoy. Algo más arriba (Sert. XIX 2), el biógrafo se refiere también al encuentro, pero con lección incomprensible, pues unos manuscritos ofrecen Tutia y otros Suntia, nombres ninguno de los cuales responde a ciudad conocida, por lo que en época moderna se ha corregido el texto para leer Seguntia. Pero hay más: Cicerón (Pro L. C. Balbo, 5) conoció una batalla del Turial, lo que dio lugar a una hipótesis según la cual en el segundo lugar de Plutarco habría que leer saguntinos y la batalla se habría librado en tierras valencianas; y, en cambio, Apiano, historiador griego algo posterior, habla, refiriéndose al mismo hecho histórico (I 110), de Mogontia, lugar inexistente que sepamos y en que habría, se ha puesto, una falta por Segontia. En definitiva, esta embrollada cuestión parece que puede resolverse de forma positiva para nuestra ciudad.


    No así, por el contrario, un lugar del geógrafo Tolomeo, del siglo II d. J.C., que cita en griego (II 6, 55) una ciudad llamada, según los corruptos manuscritos, Segortialanka. Lo tradicional es interpretar en latín como Segontia Langa y suponer que se trata de Langa de Duero (Soria), cuya situación junto al río permitiría identificación con la Serguntia o más bien · Sergontia de que hablé al principio; Langa es topónimo claramente céltico, comparable con Langóbriga (hoy Longroiva, en Portugal) y Lagóbriga o Lacóbriga (nombre de la actual Lagos, en el Algarve) y emparentado con las palabras latinas y germánicas de la familia longus, luengo, longitud, long, lang; existen además monedas celtibéricas en que se lee en genitivo secotias lacas, esto es, de S. L., pero la forma inexacta de la transcripción silábica no permite decidir entre Segortia, Segontia o Sergontia.


    Ni tampoco tiene nada que ver con nuestra Sigüenza la Segontia Parámika citada también por Tolomeo (II 6, 66) en el territorio de los Vacceos o de los Vardulos, aproximadamente por las provincias de Burgos, Valladolid, Palencia, León, Zamora. Es bien conocida la palabra castellana páramo, de origen prerromano y que designa tierras altas, llanas y poco fértiles; y los topónimos relacionados con esta voz se localizan precisamente en aquellas regiones. No parece, pues, que debamos pensar, como alguno lo ha hecho, en la actual Sahún (Huesca), y sí, en cambio, en una de nuestras dos «hermanas»> llamadas Cigüenza, con inicial procedente de asimilación de la s a la z. Una de ellas está en la provincia de Santander, cerca de San Vicente de la Barquera y, por tanto, en zona no «parámica»; la otra, en cambio, sita cerca de Villarcayo, en la provincia de Burgos, sí responde más al adjetivo de Tolomeo.


    Muy interesante resulta el Itinerario de Antonino, de los siglos II-III d. .C!, en que se nos describen las etapas normales y distancias entre Emérita (Mérida, Badajoz) y Cesaraugusta (Zaragoza). Había dos caminos usuales, uno más largo, que daba la vuelta por Salamanca y las cercanías de Valladolid hacia Segovia, y el que cortaba hacia Toledo para seguir por el Tajo hacia Aranjuez, por el Jarama hacia Titulcia y la confluencia con el Henares y remontando éste hacia Compluto (Alcalá de Henares). Desde allí hasta Arriaca (Guadalajara), el itinerario discurre aproximadamente por la actual carretera con un total de 22 millas de mil pasos, lo que, a razón de 1480 metros la milla, arroja poco más o menos 32,500 Km. A partir de Arriaca, la vía sigue el trazado, a orillas de Henares y Jalón, que después tomaría el ferrocarril: 24 millas (35,500 Km.) hasta Caesada, Caisasa en las monedas celtibéricas (seguramente entre Espinosa de Henares y Carrascosa); 23 (34 Km.) hasta Segontia; 23 también hasta Arcóbriga, probablemente Arcos de Jalón; una etapa más corta, de 16 millas (23.600 Km.), hasta Aquae Bilbilitanorum, Las Aguas de los Bilbilitanos, esto es Alhama de Aragón; 24 millas hasta Bilbilis (Calatayud); 21 (31 Km.), hasta Nertóbriga (Calatorao); 14 (20,700 Km.) hasta Secontia; y las últimas 16 millas, tomado ya el curso del Ebro desde la confluencia, hasta Zaragoza. He aquí una Secontia cuyo nombre, como antes indicaba, puede ser una variante de Segontia y cuya localización ignoramos, aunque se supone que no andaría lejos del actual Rueda de Jalón.


    El lexicógrafo griego Esteban de Bizancio, del siglo VI, menciona una ciudad de Iberia llamada Sarganta y que más bien cabría poner en relación con la Serguntia o Sergontia de Estrabón; y, en fin, todavía se cita, probablemente sin parentesco etimológico respecto a nuestra ciudad, una Saguntia localizada en el territorio de los Turdetanos, al S. del Guadalquivir. No es verosímil, como antes dije, que fuera  ésta, cuyo nombre aparece también en Plinio (III 15), la ciudad infructuosamente asediada por Catón, y, en cambio, merece atención la hipótesis de que su nombre está perpetuado en Gigonza, denominación de un lugar de Cadiz, al NO. de Medina de Sidonia, donde hay ruinas antiguas.


    Añadiré, para completar estos datos, que el escrito La guerra alejandrina, falsamente atribuido a Cesar y cuyo autor puede ser Hircio, sitúa (LVII 6) entre Écija y Palma del Río, junto al Genil, una segunda Segovia; que en algún manuscrito aparece como Segonia; sin que falte, desde luego, quien haya pensado en Saguntia, que en tal caso no correspondería a las citadas ruinas.


    Los textos tardíos, en fin, muestran cierta variedad. S. Isidoro, influido otra vez por el nombre de Sagunto, escribe Sagontia; y el obispo Protógenes es considerado, también analógicamente, como jefe de la iglesia sagontina en el edicto de Recadero y de la iglesia, en cambio, segontiense en las actas del sínodo Toledano del 610. En el 653, Viderico asiste al concilio de Toledo como obispo segontino; y dos años después, como seguntino. Y la serie completa con seguntiense, aplicado al obispo Egica en las actas del Concilio Toledano del 675. Un segontinense, en fin, aparece en una inscripción de Játiva.


    Hasta aquí los datos histórico-geográficos. Por lo que toca al nombre mismo, no puede ser más transparente. Un adjetivo femenino, con género que cuadra bien a la personificación de ciudades, provisto de ubicuo sufijo ia; o, remontándonos un poco más atrás, de un sufijo, no menos común, femeninos. La derivación, en lengua celtibérica, mantendría la forma ontia que en varias lenguas indoeuropeas sirvió para crear participios originaria; aunque se ha supuesto también que en este tipo de nombres ha habido analogía de otros femeninos en -a, en este caso sobre un supuesto antiguo segonti (cuya -i sería paralela de los bien conocidos femeninos

indios como maharani frente a maharaja, del que es sabroso reflejo, en el calo de España, gachi frente a gachó); o bien que la palabra es abreviación de un también supuesto Segontióbriga demasiado largo en que habría convivido el onomástico Segontio y el sufijo toponímico briga de que después hablaré. Pero probablemente no hay razones para negar un primitivo y hermoso Segontia. Hermoso, digo, por lo que más adelante veremos de su significado.


    De momento no quisiera omitir notables paralelos del sufijo en cuestión. Dentro de la Península tenemos las antiguas Acontia (quizá Tordesillas, Valladolid) y Lebedontia (cerca de la desembocadura del Ebro) y las modernas Conça y Gonça (Portugal), Cuenza (Asturias), Eslonza (lugar de León con un monasterio); como neutros en -ontium encontramos Pailontion, ciudad astur según Tolomeo, y, fuera de España, la francesa Besançon; como masculino en -ontius, el río Isonzo, italiano, tristemente célebre en la primera Guerra Mundial; y, como nombres femeninos también 'de ríos, el antiguo del suizo Borbne, Vesonce, afín al de la ciudad últimamente citada, y los de los alemanes Elsenz y Alsenz y el francés Aussonce. Todo ello aparte de los ejemplos en que también la raíz coincide con la del nombre de Sigüenza, como al final veremos.


    Raíz que significa tener, dominar, conquistar, vencer; luego se podrá observar cómo muchos de los nombres que la contienen (recuérdense, sin ir más lejos, Segovia, Segorbe y la propia Sigüenza) corresponden a lugares más altos que dominan el contorno. Sigüenza significa, pues, la dominadora, la que manda sobre el valle o el país. Orgullosa y bella denominación.


Que el nombre es prerromano resulta ya evidente por razones históricas; pero, además, la raíz no se da en latín, donde su segunda consonante no podría haber sido g. Si, en cambio, en antiguo indio (sahas significa victoria), antiguo persa (hazah, con h inicial en vez de la s, tiene de nuestras palabras Héctor, hético, e igualmente escuela y esquema) y. el mismo sentido), griego (de un modo u otro responden a ella los originales sobre todo, en germánico y en céltico. De las hablas germánicas baste con citar al segundo rey godo Sigerico; a Sigiberto, rey de los Francos; a la familia del famoso Arminio o Hermann, jefe de la resistencia contra los Romanos, cuyo suegro se llamaba Segestes y que tenía un hijo con el nombre de Sigimundo, lo que nos  lleva a la Sigismunda de Cervantes, al Segismundo de La vida es sueño y a Sigmundo Freud; al héroe wagneriano Sigfrido y, en fin, al Sieg, victoria, mitificado por la propaganda hitleriana.


    Pero lo que a nosotros nos importa más ahora es la gran área, prácticamente toda Europa, en que, durante un cierto período de nuestra protohistoria, imperaron los hoy decadentes, pero antaño poderosos pueblos célticos. En Hispania, como es sabido, coexistieron y se mezclaron con los Iberos, especialmente en la Celtiberia, en cuyo límite meridional, según decíamos antes, estaba Segontia; y aquí toda clase de fantasías sobre características somáticas y espirituales de los seguntinos antiguos y modernos incluso con alusiones, si ustedes quieren, a la España actual y eterna y el Celtiberia Show. Pero esto es perder el tiempo. Volvamos a los hechos concretos.


    La raíz seg- es probable que no esté, contra lo que pudiera parecer, en Sagunto, verosimilmente relacionado con el nombre preindoeuroeo de la isla de Zacinto, hoy Zante, en el mar Jónico; ni tampoco es probable que la turdetana Saguntia tenga nada que ver con esta familia. Sí, en cambio, son célticos Segísamon (Sasamon, Burgos) y Segísama Julia (probablemente un campamento de Augusto que se estableció junto a Segísamon); desde luego, Segovia, y también las varias localidades llamadas Segeda (la Secaisa de las monedas, en Belmonte, Zaragoza; Segeda Augurina, la actual Zafra, Badajoz; Segeda Restituta Julia, al N. del Guadalquivir), Segestica (en la costa Mediterránea), Segia (Egea de los caballeros, Zaragoza), el monte Segetius, vecino a Aguilar de Campoo (Palencia) y la sede de la gens llamada en genitivo plural Segossoqum, que probablemente no andaría lejos de Sigüenza.


    Párrafo aparte merece la celtibérica Segóbriga, denominada en las monedas Secobiricea. Su nombre es redundante, porque a un primer término que lleva consigo la idea de dominación se ha añadido un segundo muy afín a él en significado. La palabra alemana Berg, montaña, y sus infinitos compuestos; los miles de topónimos germánicos en -burg, con secuelas en España como Burgos o Burgo de Osma; el nombre antiguo de La Coruña, Brigantium; la itálica Bergamo; la antigua Pérgamo, otra denominación de la propia Troya, y su homónima, convertida en capital de un reino helenístico que exportó a la cultura el pergamino; los muchos compuestos como las citadas Langóbriga y Lagóbriga, las también mencionadas Arcóbriga y Nertóbriga, Conimbriga (Coimbra Portugal) y las fundaciones romanas Julióbriga (Retortillo, Santander), Cesaróbriga (Talavera de la Reina, Toledo) y Augustóbriga (la antes aludida y otra en Talavera la Vieja, Cáceres), todo ello nos lleva a topónimos aplicados, al menos en un principio, a lugares con ciudadelas dominantes. Y así las varias ciudades llamadas Segóbriga, de las que parece que una fue la actual Segorbe (Castellón) y otra se hallaba en la moderna Cabeza del Griego (Cuenca). Anotaré marginalmente que Estrabón (III 4, 13) cita Segóbriga y Bilbilis como ciudades de los Celtíberos, pasaje respecto al cual se ha admitido que pueda tratarse también de un error por el que el primer nombre haya suplantado a Segontia; y también que los Segóbrigos eran un pueblo galo.


    En cuanto a onomásticos, las inscripciones hispánicas nos aportan también muchos de esta raíz: por no alargar más estas notas me limitaré a citar, aparte del Segontius tratado más adelante, Secovesus, Segeus, Segisamus y un Segetius Víctor a quien su padre puso albarda sobre albarda.


    Ahora salgamos de la Península para otear, a lo largo y a lo ancho del vasto dominio céltico, paralelos de Francia (diosas de los Galos como Segomanna y Segeta, especialmente relacionada con aguas termales; un Marte indígena llamado Segomo, y un Hércules autóctono denominado Segonius; los pueblos de los Segovios, en la frontera alpina con Italia, y Segovelaunos, cercanos a la actual Valence; el nombre de río Segustia convertido en Suze, en el departamento de la Côte-dOr, y Suize, en la Haute-Marne; multitud de onomásticos varios; y topónimos como los antecedentes de Suin, en Saône-et-Loire, Seveux, en Haute-Saône, y Sigournais, en la Vendeé, así como el nombre de una antigua Segosa que estaría cerca de la actual Aureilhan, en las Landas), Alemania (Segorigion, la actual Worringen, cerca de Colonia), Italia (una Segesta en Sicilia; otra en Liguria, en la actual Sestri Levante; Segusion, la Susa de hoy, donde se criaba el tipo de perro llamado Segusius o sabueso), Hungría (una tercera Segesta, la moderna Sissek), etc.


    Y, más allá del mar, recalemos en ese rincón de la Gran Bretaña llamado Gales y en que se conserva residualmente una lengua céltica: el adjetivo testarudo, en definitiva un hombre que se tiene, que se mantiene en sus trece, es aquel idioma haer, también con paso de s a h; y a un clavo, que es aquello que se mantiene por excelencia donde se le fija, se le llama hoel.


    Todos estos son, digámoslo así, primos léxicos del nombre de Sigüenza; pero ahora pasemos, para terminar, a nuestros verdaderos hermanos idiomáticos. Quizá, si se pensara en establecer fraternidad entre nuestra ciudad y otras como es hoy costumbre, valdría la pena fijarse en un puñado de humildes lugares, no siempre existentes hoy, cuyos topónimos son calcos más o menos totales de Segontia.


    Este femenino aparece en los dos citados lugares santanderinos llamados Cigüenza y en Sionce, nombre de un pequeño río suizo. El neutro fue nombre antiguo de Carnarvon, en el NO. de Gales, que se llamó en galés Cair Segeint (Segontium) y Caer Seon (de un río Segonta que hoy se llama Saint como si conmemorara a un santo). Los Segontíacos, con ampliación de sufijo, eran un pueblo del S. de Gran Bretaña (en el actual condado de Hampshire) que se entregó a César (Bell. Gall. V. 21, 1): los Segontilienses, también con ampliación, una tribu gala; y la denominación de un predio Segoncíaco o Segontíaco resurge en Sonzay-en-Touraine, del departamento de Indre-et-Loire. Queda, en fin, el onomástico de nuestro presunto fundador, digno quizá de ser celebrado con estatua en la plaza Mayor: Segontius, nombre muy difundido en las inscripciones de una zona de nuestra Península, concretamente las actuales Salvatierra, Contrasta, Socastillo, Eguílaz, Pamplona, Gastiáin, lugares todos del rincón NO. de los Pirineos, ruta evidente de los Celtas colonizadores, con algunas irradiaciones hacia Portugal (Braga), Salamanca (Yecla de Yeltes), Cáceres (la antigua Caparra), etc.


    Lo demás es ya Filología castellana. La o breve tónica se diptongó en ue, y ello ha dado al nombre de Sigüenza no sólo su delicada eufonía, que movió a Gabriel Miró a tomarlo para su famoso personaje, sino también la exótica diéresis que no hay por qué suprimir. Lo digo porque empiezo a notar omisión de este signo incluso en rótulos de carácter más o menos oficial. Y ello no debe ser. En primer lugar, porque diéresis y acentos son precisamente ayudas muy útiles para la recta pronunciación que echamos de menos todos al asomarnos a otras lenguas. Pero, además, incluso por razones de tipo no sé si heráldico o estético. Nuestra diéresis podría ser un par de águilas altaneras revoloteando en un blasón. O si no, entornemos los ojos soñadores y contemplemos la ciudad desde la parte de Alcuneza, por donde vinieron los celtas, y luego Catón, y después las huestes de D. Bernardo. Ninguno de ellos pudo leer todavía el nombre mismo de Sigüenza en el suave declinar de la colina: el castillo, la poderosa S mayúscula de la raíz céltica; las dos torres de la catedral, agrupando en su torno el paisaje urbano como la diéresis cerniéndose sobre el centro tónico del vocablo; y el susurro de la z en el fluir del río, y la a verde y suave muriendo entre las frondas.


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    Han servido de base a esta notas los datos contenidos no sólo en obras de carácter general, como ediciones de los clásicos mencionados, tratados de Historia de España antigua, libros sobre Sigüenza, diccionarios etimológicos, atlas de la Antigüedad, etc., sino estudios especiales de la Srta. Albertos La onomástica personal primitiva de Hispania Tarraconense y Bética, Salamanca, 1966), García y Bellido (España y los españoles hace dos mil años según la Geografía de Strabón, Madrid 1945; La España del siglo I de nuestra Era según P. Mela y C. Plinio, Madrid, 1947; La península Ibérica en los comienzos de su Historia, Madrid, 1953), Holder (Alt-celticher Sprachschatz, leipzig, 1925 y ss.), Palomar Lapesa (La onomástica personal pre latina de la antigua Lusitania, Salamanca, 1957), Pemán (Los topónimos antiguos del extremo Sur de España, en Arch. Esp. Arq. XXVI 1953, 101-112). Pokorny (Zur Urgeschichte der Kelten und Illyrier, en Zeitschr. Celt. Philol. XXi 1938, 54-166), Rabanal (España antigua en las fuentes griegas, Madrid, 1970), Schönfeld (Wörterbuch der altgermanischen Personenund Völkernamen, Heidelberg, 1911), Schulten (Historia de Numancia, Barcelona, 1945; Los Cántabros y Astures y su guerra con Roma, reimpr. Madrid, 1962; Tartessos, reimpr. Madrid, 1972; así como también los sucesivos volúmenes de la obra colectiva, dirigida por él y por Bosh Gimpera, Fontes Hispaniae Antiquae, Barcelona, 1922 y ss.), Tovar (Estudios sobre las primitivas lenguas hispánicas, Buenos Aires, 1949; Topónomos con <-nt- en Hispania y el nombre de Salamanca, en Actas del V Congreso Internacional de Ciencias Onomásticas II, Salamanca, 1958, 95-116) y Vallejo (Tito Livio. Libro XXI, Madrid, 1946), con muchos artículos del tomo II (1921) de la Realencyclopädie der klassischen Altertumswissenschaft (Stuttgart), entre ellos varios de Hübner (Segisama y Segisamo, col. 1074), Keune (Segonciacus, 1084; Segonciati, 1085; Segontilienses, 1085-1086; Segontium, 1086; Segorigium, 1087-1088; Segorniacus, 1088; Segosa, 1088-1089; Segovia, 1089-1092) y Schulten (Segeda, 1049; Segestica, 1071; Segia, 1073; Segobriga, 1077; Segontia, 1085; Segortia Lanca, 1088).